martes, 13 de mayo de 2014

ESCRIBIR

ESCRIBIR

Escribir es profetizar los sueños; menos preciar la intransigencia de un mundo, de una realidad; escribir es estar embocado en un  callejón sin salida de fantasías sin argumento; escribir es la esencia misma de la locura humana, la perfecta discreción por añorar algo, la inútil osadía de persistir sobre tus sueños, la perfecta hegemonía entre sentimientos y objetividad.
Escribir es mi razón de ser, mi bello florecer, mi exasperante pasión, mi descontrol de crónicas cotidianas, mi muestra de eufuismo inaplazable para ella, mi continuo sopor, mi búsqueda de mi obcecada existencia, mi explícito lugar de escape, mi profundo sentir y mi gloria eterna.
No tengo idea de que escribo, parece fantasioso, sentimental, crudo, inescrupuloso o tal vez para ti sin sentido, no soy más que un universo literario, una perfecta máquina de historias rutinarias únicas.
Escribo porque es la necesidad de mí ser, la autonomía de mi pensamiento, el realismo de mis ideas, la más perfecta descripción de sentimientos en mi mismo.
Escribir es la luz de mi túnel final, el criticismo exótico de mis ideales, la prudente renuncia de la razón, la misteriosa ignorancia de idiosincrasia, la muerte de mis esquivos placeres, la luz divina de mi profesión, la argumentativa experiencia de mi vida, el abandono de mi niñez y el resguardo de mi juventud.
Escribir es fabricar mundos de paralelas sincronías, mundos autótrofos, mundos de ímpetu humano, mundos perpetuos, mundos de años de soledad, sin coroneles quien les escriba, de crónicas anunciadas, de pueblos fantasiosos, de diarios de guerra, de gaviotas que trascienden, de aviones que levitan, de ciudades como calabozos, del cólera en los tiempos del amor, de ensayos sobre lucidez y ceguera, mundos sin ley ni dios.
Escribir es existir.
Escribir es nuestro sello de benevolencia, la muestra de vida humana, el cáliz sagrado de la historia, el irrefutable sentido de pertenencia, el acreedor de todo logro, el insipiente destino de los pensamientos.

Escribir es sufrir, agonizar, morir por el reconocimiento de nuestra literatura.

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